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Gn 9.4-6 “carne con su vida, que es su sangre, no comeréis. Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre.”
Las Escrituras enfatizan lo sagrado de la vida, no lo sagrado de la sangre en sí misma sino porque en ella está la vida (alma, nefesh). En Gn 9 se ordena que la sangre de los animales que matamos para comer sea derramada. Se permite comer la carne de los animales pero nunca comer la sangre. Todo esto es porque la vida está en la sangre.
Luego está la prohibición de derramar sangre humana. Si un cirujano abre a un hombre, lo hace sangrar, pero lo hace por verdadera necesidad de salvar su vida, ¿es esto una violación de Gn 9? ¿Es esto lo que significa pecar al derramar la sangre humana? ¡Por supuesto no!
El mandato divino mediante la prohibición fue dado para frenar la violencia y la matanza.
Cuando decido dar libremente un poco de mi propia sangre, sin daño a mí mismo, para salvar la vida de otro ser humano, ninguna persona sufre violencia, sino que una vida se salva sin dañar a la otra.
Si estuviéramos matando personas y sacándoles su sangre para salvar a otros, eso sí sería otro asunto. Pero que algunos sanos quieran donar libremente de su propia vida para que otros puedan mantenerse vivos no equivale a violencia, matanza ni a profanación de la vida. En todo caso, siento que defiendo la santidad de la vida y doy honra y gran valor a la persona moribunda, quien también ha sido hecha a imagen de Dios, (Gn 9.6).
La prohibición es de comer sangre, no de transfundir sangre. En una transfusión la sangre va a la sangre. En una digestión la sangre se descompone en los elementos primarios y el cuerpo asimila lo que necesita y elimina como desecho el resto, como todo proceso digestivo. El destino de la sangre ingerida no es el destino de la sangre transfundida. La sangre ingerida es separada en nutrientes y desecho. La sangre transfundida sigue siendo sangre y hace lo que hace la sangre: transportar oxígeno y nutrientes a todo el cuerpo para preservar la vida.
Es noble estar dispuesto a morir en vez de cometer una maldad; sin embargo, es una maldad cuando una falsa enseñanza y una tergiversación de las Escrituras hacen que vidas humanas se pierdan innecesariamente. Desafortunadamente, este es el caso de la doctrina que prohibe las transfusiones de sangre.
Las Escrituras, sin mencionar la ciencia médica y el sentido común, nos enseñan que comer sangre y recibir una transfusión de sangre no son lo mismo ni moralmente equivalentes; son, de hecho, opuestos.
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