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Nos hacemos daño a veces hasta sin querer. Esto es pecado ante Dios. El pecado destruye y nos mantiene alejado de la vida de Dios. Para para perdonar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios vino Jesucristo a la tierra. La gente necesita dejar a un lado sus opiniones y aprender a vivir según Jesucristo. Al hacerlo comprobarán que el reino de Dios ya está en medio nuestro. Nueva vida a cambio de confianza continua en Dios, esto es lo que ofrece el evangelio.
El Señor Jesucristo ofreció su propia vida para rescatar de la destrucción del pecado a todos los que creyeren en él y presentarlos justos ante su Dios y Padre. Jesús aceptó llevar el castigó de todos los pecadores que creyeran en él al morir como un criminal en la cruz. Dios lo resucitó de los muertos y vive para siempre. A los que pueden creer este testimonio Dios les perdona sus pecados, los trata como justos y les da vida eterna. Este es el evangelio.
Cambien su manera de pensar para que cambie su manera de vivir (Rom 12.2). “Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Dios ha dado testimonio acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en su corazón; el que no cree ha hecho a Dios mentiroso porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1 Jn 5.9-12)
La buena noticia es que hay perdón divino para el alma angustiada que cree que el sacrificio de Cristo Jesús el Hijo de Dios. El perdón recibido es solo la puerta a la vida, una clase de vida diferente. Jesús le llamó: vida eterna. Esa vida es el resultado de la comunión con Dios fuente de toda vida. La buena noticia es que ahora el ser humano al reconciliarse con Dios (a través de Cristo Jesús) es adoptado dentro de la familia de Dios como un hijo o hija y puede disfrutar de este privilegio para siempre: el ser parte de la más gloriosa relación que emana vida. Esto es muy buena noticia, hay vida plena en las relaciones profundas de la familia de Dios.
Los miles de millones que creen (Jn 3.16) están destinados a heredar la existencia más gloriosa jamás imaginada por la mente humana (1 Co 2.9). La salvación, en su sentido más glorioso, significa que quienes creen son adoptados como hijos e hijas de Dios, miembros reales de la familia de Dios. Jesucristo vino a esta tierra con el expreso propósito de reconciliarnos con el Creador de la vida (Col 1.20), llevarnos a la misma posición que ahora Él tiene dentro de esa familia de Dios (Rom 8.15; 17; Ga 3.29; 4.7; 1 P 1.4). Estamos destinados a heredar la misma imagen divina (2 Co 3.18) y el mismo tipo de carácter de Cristo. La muerte de Cristo fue planeada desde antes de la fundación del mundo (1 P 1.20) para llevarnos a esa gloriosa realidad (2 Tim 1.9), y Dios no fallará en este empeño (Fil 2.13).
¿Cuál es el camino de salvación del ser humano? Hay un camino seguro y definitivo a la salvación. El camino se encuentra en el Evangelio de Cristo, conocido al principio por el simple término “el camino” (Hechos 9: 2, 18:26, 19: 9, 23, 22: 4, 24:14, 22). Es la forma más magnífica y maravillosa que cualquiera haya imaginado. La verdad central concierne a Jesucristo, la razón de su vida, muerte, resurrección y su existencia actual. Sí, hoy Jesucristo vive. A través de la enseñanza de su vida y su muerte podremos entender el camino de salvación. La clave es entender la sustitución, conocido en la Biblia como: imputación. Imputación es un término legal.
Pongamos que un padre trabaja como custodio de un edificio de oficinas del gobierno y se enferma y no puede hacer su trabajo. Su hijo adulto sustituye a su padre y asume la responsabilidad de su trabajo hasta que él se recupere de la salud. Al final del mes, el empleador le paga al padre su salario completo y normal. ¿Por qué? Porque el trabajo que realizó el hijo es imputado (o atribuido) al padre. El padre todavía obtuvo su recompensa aunque no hizo el trabajo él mismo. Cristo Jesús tomó el lugar del ser humano para pagar el castigo por los pecados ante el Creador y al hacerlo también mostró su obediencia y alabanza a Dios el Juez Justo. Imputación es la base de la doctrina cristiana que define el papel sustitutivo de Cristo como quien cargó nuestro pecado (Is 53). La base legal de la salvación descansa sobre Cristo Jesús. Él es el Espíritu que da vida e intercede ante Dios Padre por nosotros (1 Co 15.45; Rom 8.34; Heb 7.25).
La Biblia nos dice que Jesucristo es el primogénito de Dios (Heb 1.6; Col 1.15). Pablo dijo que estamos predestinados a ser “conformados a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito ENTRE MUCHOS HERMANOS” (Rom 8.29). Todos nosotros estamos predestinados para ser transformados a la misma imagen que Cristo tiene ahora. Cristo es el “capitán” de nuestra salvación” quien conducirá “MUCHOS HIJOS a la gloria” (Heb 2.10). Y aunque Cristo es el primogénito, quien tiene la preeminencia, por causa de Él, y por Él, habrá multitud de hijos e hijas. Escrito está: “Y me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co 6:18).
Los seres humanos (mediante el conocimiento de Cristo y la obra interior del Espíritu Santo) pueden ser participantes de la naturaleza divina (2 P 1.4). Esta es una declaración gloriosa hecha por el apóstol Pedro que es a menudo ignorada en asuntos de salvación pero significa que los seres humanos que hemos creído podemos llegar a ser poseedores de la naturaleza misma de Dios (Ef 3.19), esto incluye la manifestación del carácter y el poder de Dios (Col 1.21–22). Esta manifestación de justicia total aparecerá en nuestra resurrección, entonces seremos elevados a un estado de perfección moral y espiritual sin “mancha ni arruga, ni cosa semejante” (Ef 5.27). Disfrutaremos las mismas virtudes y poderes que Cristo.
Nuestra perfección se hará evidente pues tendremos el cuerpo glorificado semejante al de Cristo, con su carácter, sus rasgos, y poseyendo su poder y su gloria. Incluso ahora, mientras estamos en la carne, participamos de la naturaleza de Dios a través de Su Espíritu. La salvación para hombres y mujeres es convertirse en miembros de la Familia Regente de Dios, ser parte de Elohim (Jn 1.12-13). Eso es salvación en su más gloriosa manifestación.
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