La supremacía de Dios en la vida de Jesucristo.
Por la unción del Espíritu Jesús se convirtió en Cristo (Cristo es la traducción griega del hebreo “mesías”). No fue por la unión hipostática del Hijo de Dios y el hombre Jesús. Mesías significa Ungido, y fue la unción del Espíritu Santo la que lo hizo efectiva su obra y ministerio. Jesús fue ontológicamente Hijo de Dios desde el momento de la concepción, pero se convirtió en Cristo cuando Dios lo ungió con Su Espíritu. ¿Por qué habría necesidad de ungir a santo Hijo de Dios? (Lc 1.35), porque Jesús es un ser humano. Cuando Satanás tentó a Jesús para mal usar sus poderes, él se negó y escogió el camino de la dependencia de Dios. Es a través del Espíritu de Dios que ocurre la transformación dentro del ser humano y del mundo. En Cristo, la humanidad se eleva para compartir la naturaleza de Dios (2 P 1.4). Dios está reuniendo a su familia a través de Jesucristo.
Jesús fue concebido, ungido, empoderado, comisionado, dirigido y levantado por el Espíritu de Dios. Jesús recibió esa unción para predicar buenas nuevas a los pobres, liberar y rescatar a la gente por el Espíritu de Dios (según Lc 4:18). Jesús declaró: “Si por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12.28). Jesús estaba consciente de trabajar bajo la dirección de Dios para establecer el reino de Dios. Para eso fue ungido con Espíritu y con poder (Hch 10.38).
Es evidente que el poder del Espíritu de Dios estaba sobre Jesús de Nazareth para beneficio del mundo. El Ungido de Dios sobre todo enseñó el evangelio del reino (Mt 10.5-8; Lc 10.5-8), e hizo grandes señales y maravillas. Proclamó buenas nuevas a los pobres, hizo misericordia a los enfermos, dio libertad a los cautivos, vista a los ciegos. Por el poder del Espíritu, Jesús anunció que Dios quiere y se interesa por la integridad humana. No fue a los justos, sino a los enfermos y marginados, para reunirlos bajo las alas de Dios. Por el Espíritu Jesús liberó a los oprimidos por el diablo (Hch 10.38-39).
Absoluta dependencia del Espíritu de Dios.
Los evangelios describen a Jesús en constante dependencia del Espíritu de Dios, quien lo guió en su misión. Desde su concepción, el Espíritu Santo fue esencial en cada etapa de su vida, dirigiendo su ministerio y acompañándolo incluso en su muerte y resurrección. Esta resurrección abrió la puerta a la salvación para todo aquel que cree. Si has creído de corazón, también estás experimentando la obra transformadora del Espíritu de Dios.
Aunque el Espíritu Santo fue fundamental en la experiencia y el ministerio de Jesús, es notable que Jesús raramente habló de él. No obstante, su vida testificó la presencia del Espíritu a través de acciones poderosas y transformadoras, revelando la realidad del Espíritu sin la necesidad de elaborar una doctrina explícita. En lugar de ministrar solo con palabras, Jesús demostró el poder de Dios en acción, prefiriendo vivir y actuar en el Espíritu antes que hablar acerca de él. El enfoque de la enseñanza de Jesús se centró en el Reino de su Padre Celestial, incluso después de resucitado siguió enseñando de lo mismo: del Reino de Dios (Hch 1.3). Hoy en día, la mejor manera de enseñar acerca del Espíritu de Dios es manifestarlo en nuestras vidas, viviendo en absoluta dependencia del Dios que nos da su Espíritu.
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