Misericordia, justicia y perdón

Te quiero

Nada es más extraño a la naturaleza pecaminosa que el perdón y nada es más característico de la gracia divina que el perdón.
El perdón de Dios es muy difícil de entender para alguien que vive separado de Dios. Todos sabemos lo difícil que puede ser perdonar a los que nos han hecho daño. Por eso a algunas personas les resulta imposible imaginar a Dios Todopoderoso quien es santo y perfecto, perdonando a los pecadores. Otros, sabiendo que las Escrituras enseñan que Dios es misericordioso, imaginan que Él es tan indulgente que el pecador no tiene nada que temer de su pecado.

Para agravar ese problema, nuestra actitud hacia el perdón tiende a variar, dependiendo de en qué situación nos encontremos. Cuando estamos en problemas o hemos dañado a alguien naturalmente el perdón es una de las grandes virtudes. Pero cuando somos la parte ofendida, el perdón parece una grave violación de la justicia, exigimos que se nos haga justicia.
Este tipo de mentalidad a conveniencia genera una vida inestable en su andar y una persona no confiable para las relaciones interpersonales.

Tanto la justicia como la misericordia son grandes virtudes. ¿Quién de nosotros no desea ser perdonado cuando sabemos que hemos hecho mal? ¿Y quién no odia la injusticia, especialmente cuando el daño fue hecho contra nosotros?

¿Cómo reconciliamos estas dos grandes virtudes, la justicia y la misericordia? La respuesta está en la pregunta ¿cómo puede Dios reconciliarlos? Si odia la injusticia, ¿cómo puede tolerar el perdón de un transgresor? ¿Cómo puede un Dios perfectamente santo perdonar a los pecadores?
Dios no puede y no absolverá simplemente a los transgresores ignorando el mal que han hecho. Hacerlo sería injusto, y Dios es perfecto en justicia.

Dios no perdona como mirando hacia otro lado cuando pecamos. La Biblia enfatiza repetidamente que Dios castigará todo pecado.
Gálatas 6:7, contiene esta solemne advertencia: “No se engañen, Dios no puede ser burlado; porque todo lo que el hombre siembra, esto también segará”.
En Éxodo 23:7, Dios dice: “No absolveré al culpable”.
Nahum 1:3 declara: “El Señor no dejará sin castigo al culpable” porque “la ira de Dios se revela … contra toda impiedad e injusticia” (Rom 1:18).

¿Cómo pudo Dios reconciliar ambas partes? Dios mismo hizo a Su Hijo, Jesucristo, ser la expiación por nuestros pecados.
Esta verdad se encuentra en el corazón del mensaje del evangelio. Es la verdad más gloriosa de todas las Escrituras. ¿Cómo Dios puede permanecer justo mientras justifica a los pecadores? (Rom 3:25-26).

El perdón sigue pareciendo una violación de la justicia divina.
La ira de Dios contra el pecado, por lo tanto, plantea el mayor obstáculo para el perdón de cualquier pecador.
La gracia de Dios no es una especie de tolerancia benigna, como si la gracia fuera una norma divina rebajada para acomodar lo que no es santo. Las Escrituras no enseñan tal cosa.

Entonces, ¿cómo reconcilia Dios a los pecadores consigo mismo? ¿Sobre qué base puede extender el perdón a los pecadores?
Sobre lo que pasó en la cruz.
El apóstol Pablo resume todo el Evangelio en una simple declaración en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él”.
Dios hizo que Cristo sin pecado fuera pecado por nosotros, para que pudiéramos llegar a ser en Él la misma justicia de Dios.

Significa que Cristo murió nuestra muerte. Él fue castigado por nuestro pecado. Él sufrió la ira de Dios que merecíamos.
En un lenguaje sencillo, el punto del apóstol Pablo es este: Dios trató a Cristo como un pecador y lo castigó por todos los pecados de todos los que quisieran creer en él, para que Dios pudiera tratarlos como justos y darles crédito por la perfecta obediencia de Cristo.
Este es el corazón del evangelio. Si me dicen: ¿cómo dar el evangelio de manera honesta, verdadera y sencilla? La respuesta es:
El reino de Dios ya está en nuestro mundo. La gente necesita dejar a un lado sus opiniones y aprender a vivir según las instrucciones de Cristo su Rey quien siendo Rey ofreció su propia vida en rescate por muchos delante de su Dios y Padre. Dios trató a Cristo como un pecador y lo castigó por todos los pecados de todos los que quisieran creer en él, para que Dios pudiera tratarlos como justos y darles crédito por la perfecta obediencia de Cristo. Este es el evangelio.

Piensa en las profundas implicaciones de esta verdad: la muerte de Cristo fue un pago por los pecados de aquellos que creerían. Los sustituyó ante el tribunal del juicio divino. Él cargó con su culpa y sufrió el castigo en su lugar. La verdadera naturaleza del sufrimiento que sufrió fue infinitamente más que la humillación, los clavos y los azotes de su crucifixión. Cristo recibió sobre sí mismo el peso de la ira de Dios contra el pecado.
En otras palabras, mientras Cristo colgaba de la cruz cargando los pecados de otros, Dios el Padre derramó sobre Su propio Hijo sin pecado toda su furia por tanta injusticia, guerras, abortos, matanzas, corazones rotos, niños abandonados.
Eso explica el grito de Cristo a la hora del medio día: “Elí, Elí, ¿lama sabachthani?”, Que se traduce: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Por razón de la justicia Dios el Padre abandonó al Hijo. ¡Mientras Cristo colgaba de la cruz Dios estaba descargando contra Su propio Hijo la ira y desagrado contra el pecado!
Contra Su propio Hijo con quien eternamente habitó.
¡Dios el Padre castigó a Su propio Hijo por la culpa que legítimamente le pertenecía a otros! Por asombroso que parezca esta es la clara enseñanza de las Escrituras. El apóstol Pedro dice: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz, para que nosotros estando muertos a los pecados, muramos al pecado y vivamos para la justicia” (1 Ped. 2:24).


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