La bendición de María.
Lc 1.28 “Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.”
Lc 1.30 “El ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.”
Ser escogida por Dios para llevar en su vientre y luego criar a Jesús fue una gran bendición pero no la mayor bendición que Dios concedió a María.
La gracia plena estaba en su llamado pleno de ser la madre de Jesús.
Sin embargo, la mayor gracia y bendición con que Dios la bendijo es la misma con la que Dios le bendice a usted y a todos sus hijos.
La Biblia enseña que el ser humano nace con inclinación hacia el pecado, porque “en maldad he sido formado, en pecado me concibió mi madre.” (Sal 51: 5) y ante el sol de justicia de Dios, el ser humano no es más que una lámpara (Rom 3.11,12).
La Biblia no enseña en ninguna parte que María no tuviera pecado.
En Lucas 2.22-25 vemos a María presentando su hijo a Dios y ofreciendo por su propia purificación. La ofrenda, según la ley divina del culto, exigía un cordero de un año como holocausto, y un pichón de paloma como ofrenda para purificar una mujer después del parto. Pero cuando se trataba de una familia pobre, la ley establecía que si eran demasiado pobres como para traer un cordero, entonces ofrecería un par de tórtolas o pichones de palomas. ¿Por qué dos? Uno para holocausto y el otro como expiación por el pecado, Lev 12:8. María era una mujer judía obediente a la Ley divina.
La Biblia enseña que ni dar a luz ni la reproducción en sí misma no son pecado, al contrario, son buenas y establecidas por Dios. En el principio el Señor mandó al hombre que fructificara y se multiplicara (Gn 1:28). Se consideraba una bendición tener hijos: “Herencia del Señor son los hijos” (Sal 127:3-5; 128:3), en contraste, la esterilidad se consideraba un oprobio (Gen 30:23).
¿Por qué debía purificarse la mujer al dar a luz? ¿No era más bien una ocasión para regocijarse?
La respuesta se encuentra en la caída del hombre y la maldición de la mujer referente al parto (Gn 3:16). La naturaleza pecaminosa se transmite a través de la procreación. David dice en los salmos: “En pecado me concibió mi madre” (Sal 51:5). Él no se refería a alguna falta de virtud en su madre, sino a la herencia pecaminosa que cada madre transmite a sus hijos. Todo lo que se relacionaba con la procreación se consideraba impuro y era necesario que la persona se purificara según las reglas entregadas al pueblo (Lv 12-15).
Sin embargo, fue mediante el parto de María que Dios decidió enviar a Cristo para redimir al mundo.
El hecho de que María haya traido ofrenda a Dios para la expiación de sus pecados significa que el favor o gracia de Dios sobre María era totalmente inmerecido, ¿acaso no es eso lo que significa favor? (Favor merecido es un sin sentido pues si me lo merezco ya no es un favor).
La gracia que Dios mostró sobre ella era de proporciones gigantescas.
La mayor bendición que María recibió fue el hecho de que su propio Hijo la salvó de sus pecados (Mt 1:21) para poder llevarla a Dios (1 P 3:18), la misma bendición que se le da a todos los que creen en él (Jn 3:16).
El ángel Gabriel en Lc 1.28, le llama muy favorecida y su bendición es haber creído: “bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.” Lc 1.45.
Es por eso que Jesús desvía nuestra atención de María, a quien amaba, para llevarnos a su Palabra, porque leemos en Lc 11:27,28: “Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y (Jesús) le dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.”
De ninguna manera está Jesús despreciando a su madre sino que Él quiere toda nuestra atención a la hora de escuchar el evangelio que vino a proclamar: el regalo gratuito de la vida eterna (Rom 6:23) para todos los que crean en él (1 Jn 5:13).
La vocación de María de llegar ser la madre de Jesús fue una inmensa bendición, pero no alcanza la suprema bendición de que el fruto de su propio vientre, Jesús, pagara por sus propios pecados en la cruz.
Mientras José y María esperaban su turno, aconteció lo inesperado que llenó de asombro a los presentes. Un anciano justo llamado Simeón se acercó a la fila y al ver al niño Jesús para ser presentado ante Dios, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;Porque han visto mis ojos tu salvación,La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel. “ (Lc 2:29-32).
Ya pueden imaginarse el asombro y admiración de José y María. El anciano Simeón les confirmaba lo que el ángel les había dicho. Pero, enseguida, el anuncio profético cubrió con sombras la alegría de la jóven pareja: Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones ” (Lc 2:34-35).
Simón le dijo algo así: “Tu santo Hijo cumplirá su misión por medio del sufrimiento; y tú, mujer, estarás misteriosamente asociada al dolor de tu Hijo en su hora más oscura.”
Llegará el día cuando todo lo que tiene vida será librado del sufrimiento. ¡No dejes que muera la esperanza!
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