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Dios sólamente mantiene y fortalece la fe que obra por el amor, Ga 5.6.
Porque “los demonios también creen, y tiemblan.” Stg 2.19
Una fe estancada es un riesgo inmenso para el alma que dice creer sin amar lo que Dios ama. Porque “la fe, si no tiene obras (motivadas por amor), está muerta en sí misma.” Stg 2.17.
Hay cristianos que viven irresponsablemente, generalmente no es culpa del mensaje que escuchan sino de la condición de su corazón. La gente irresponsable tuerce cualquier mensaje que escuche a fin de justificar su estilo de vida.
La fe que crece es la fe que obra por el amor. Cuanto más vivamos convencidos del amor de Dios, tanto más vamos a confiar en Él. La Biblia también es muy clara al decir que el miedo es lo que neutraliza el amor, 1 Jn 4.18.
El mensaje que nos haga tenerle miedo a Dios hará también que desconfiemos de Él.
Como cada aspecto de nuestra vida con Dios se basa en la fe, pues “el justo por la fe vivirá” Rom 1.17, cualquier mensaje que nos haga dudar de la verdadera naturaleza de Dios corromperá nuestra fe (confianza) en Dios.
Nadie puede verdaderamente confiar en aquel a quien teme.
Cuando experimentamos el amor de Dios, la confianza surge espontáneamente y se muestra en la obediencia a Su Palabra motivada por amor.
La fe es esencial para el verdadero discernimiento. Muchos creen conocer “lo que es y lo que no es de Dios”. Lastimosamente este debate gira más en torno a conceptos intelectuales que a vivenciales. Es una lucha por tener la razón no por vivir mejor.
Tratamos de hacer que la verdad se ajuste a lo que ya hemos visto, escuchado y experimentado. Y si nunca lo hemos visto lo juzgamos desechándolo. Así ocurrió a los fariseos con Jesús y a los discípulos en la fiesta de Shavuot, Pentecostés. Los iletrados discípulos reconocieron el cumplimiento de la profecía de Joel, mientras que aquellos que instruidos en las sagradas escrituras se preguntaban qué era lo que pasaba. Hoy no estamos tan lejos de ellos.
Cuando vivimos encerrados en nuestro propio sistema filosófico, ya no es Dios quien nos guía en el discernimiento sino nuestras experiencias pasadas que nos hacen torcer la verdad para que se ajuste a lo que ya sabemos. (El falso sentido de seguridad).
El amor de Dios es una de estas realidades que torcemos.
Como nuestra experiencia de amor ha sido condicional, no tenemos referencia para saber lo que es ser amado sin incluir los logros personales. El amor condicional, en base a nuestros méritos, a nuestro desempeño, nos transmite la idea de que amar equivale a aprobar las acciones del otro. El final de esa lógica es que la ausencia de rechazo equivale a la aprobación de nuestras acciones. Esto no es cierto ni sano.
Pero la gente cree esto porque es el único modelo que han experimentado.
El problema es que aceptar ese modelo implica el rechazo de casi todas las escrituras del Nuevo Testamento concerniente a la relación entre Dios y sus hijos.
Cada paso del caminar con Dios es cuestión de amor y confianza.
Como pocas veces o nunca hemos visto lo que es el amor incondicional, nos creamos imágenes de lo que pueda ser. Nos comportamos como soldaditos de plomo y no como hijos amados.
Al igual que los hijos de Israel, limitamos a Dios porque solo creemos que Él puede hacer lo que ya le hemos visto hacer antes, Sal 78.41.
Como ignoramos la manera en que Dios nos puede amar cuando nuestra vida es inaceptable, decidimos limitar lo que vamos a experimentar de Dios en base a nuestros logros. ¡Intentamos hacer que Dios encaje en nuestra experiencia de vida!
¡Use su fe para vivir!
Rom 1.17
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