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1. Dios espera que usemos nuestras mentes, los métodos de interpretación apropiados y una buena guía de estudio para interpretar la Biblia. En la inspiración de la Biblia, el Espíritu Santo trabajó junto con los autores humanos. De manera similar en la interpretación de la Biblia, el Espíritu trabaja junto con el creyente. Dios nos dio la mente y espera que las usemos para estudiar de la Biblia. Quiere que pensemos con claridad y razonemos profundamente. Quiere que la estudiemos con diligencia y fidelidad. La verdad es que Dios nos creó seres pensantes, por tanto estudiar es una disciplina espiritual porque está en línea con la voluntad del Espíritu. También podemos aprender mucho de otros creyentes cuando usamos guías de estudio, diccionarios bíblicos, atlas y comentarios. Como nuestro ayudador, el Espíritu nos guía mientras aprendemos a caminar, pero no camina por nosotros.
2. El Espíritu Santo provee conocimiento por revelación, sobre todo, el conocer a Cristo mediante la revelación. No debemos esperar que el Espíritu agregue otro libro a la Biblia o capítulos nuevos a los libros que ya tenemos. El Espíritu nos da una comprensión más profunda de la verdad que ya está allí escrita.
3. El Espíritu no cambia la Biblia para que se acomode a nuestros propósitos o para que coincida con nuestras circunstancias. En medio de esta vida cotidiana cambiante, nos sentimos tentados a torcer el significado de un pasaje para que se acomode a nuestra situación, a nuestros propósitos o sentimientos. Incluso podemos encontrarnos ignorando o violando el contexto mientras buscamos desesperadamente una conexión bíblica con nuestra situación. Es especialmente fácil para los nuevos convertidos confundir sus propios sentimientos con la voz del Espíritu Santo. Nunca el Espíritu cambiará el significado de la Biblia para que se acomode a nuestros sentimientos. (El Espíritu siempre está de acuerdo con Dios). El Espíritu trabaja para transformar la vida del creyente a medida que estudia la Biblia.
El trabajo continuo del Espíritu es transformar nuestro carácter al modelo de Cristo (Rom. 12: 1-2).
Las iglesias que no aceptan la Biblia como la revelación completa de la voluntad de Dios para el hombre insisten en que reciben revelaciones especiales de Dios. Estas revelaciones especiales a veces pueden ir en contra de la voluntad revelada en la Biblia.
En Jn 14.16,26 Jesús dice a sus discípulos: “yo rogaré al Padre, y os dará otro defensor, para que esté con vosotros para siempre. El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.”
Sus apóstoles reciben la siguiente promesa en cuanto al Espíritu Santo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad” (Jn 16:13).
Algunos deducen que como estaba hablando a los apóstoles del 1er siglo entonces los que creyeran en él a través de la predicación apostólica, que no fueran los apóstoles del 1er siglo, no tendrían el beneficio de que el Espíritu Santo le enseñe todas las cosas. Dicho de otro modo, que Jesús prometió revelar toda la verdad a los apóstoles del 1er siglo y no al resto de los creyentes. ¿Es esto cierto?
Veamos qué dice el apóstol Juan a sus discípulos que no son apóstoles: “la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.” (1 Jn 2.27) Evidentemente, la unción o el Espíritu Santo les enseñaba.
El Espíritu Santo guió a toda la verdad a los primeros apóstoles y también a los que creyeron en Cristo a través de la predicación apostólica. Y como es el mismo Espíritu Santo quien guía a toda la verdad, cualquier verdad aprendida por el Espíritu nunca contradecirá la verdad enseñada por el Señor Jesús porque “no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Jn 16.13,14).
La carta de Judas apóstol, escrita en el año 65 d.C., afirma que “la fe ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). La frase “una vez dada” no admite añadidura, extensión ni ajuste a la fe que fue entregada al pueblo santo. La fe entregada tiene validez perpetua.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra.” (2 Tim 3:16,17)
Tengamos en cuanta que la Escritura a la que Pablo se refiere es la que usaban los 1ros apóstoles y cristianos del 1er siglo, el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento era la Biblia de Cristo Jesús, Pablo, Pedro y el resto de los apóstoles y discípulos. Las cartas de ninguno de ellos eran leídas con la reverencia de las Sagradas Escrituras: Ley, Profetas y Escritos. Las cartas del Nuevo Testamento eran cartas que circulaban entre las iglesias que ya tenían su Biblia. De manera que ellos al ser iluminados dieron la interpretación correcta de las profecías y pasajes del Antiguo Testamento cumplidas en la persona de Cristo Jesús.
Con el tiempo estas cartas fueron preservadas, copiadas y circuladas a otras iglesias. Luego de cientos de años se acordó que eran tan inspiradas como el Antiguo Testamento.
Se compilaron junto a los evangelios a finales del siglo IV, tras décadas de debates entre las diferentes iglesias y congregaciones acerca de cuáles tenían autoridad escritural y cuales no. Entonces en el 367 d.C., Atanasio, obispo de Alejandría, escribe una carta donde menciona los 27 libros que hoy componen el Nuevo Testamento como los definitivamente canónicos. En su carta cita los libros del Antiguo Testamento tal y como hoy componen el Canon Judío y Protestante. Y recomienda los “deuterocanónicos” como literatura “devocional” pero “no autoridad canónica”. Inmediatamente refiere la lista de los 27 libros del Nuevo Testamento indicando que los tales son los “únicos donde las enseñanzas divinas son proclamadas. No añadáis ninguno a éstos; no prescindáis de ninguno”.
Así el canon del Nuevo Testamento quedó cerrado en el 367 d.C. no como resultado de ninguna proclamación oficial ni de ningún concilio del imperio romano de siglos siguientes sino como resultado de un amplio debate hasta llegar a un consenso en la iglesia bajo la supervisión del Espíritu Santo. El proceso tardó 4 siglos mientras las diferentes congregaciones que componían la cristiandad vivían bajo la enseñanza del Espíritu Santo.
Hoy como ayer, el Espíritu Santo sigue guiando a toda la verdad, y cualquier revelación estará siempre en consonancia al carácter de Dios, a la imagen de Dios revelada por Cristo y al concenso alcanzado por las iglesias del 1er siglo. No esperamos recibir una revelación especial que no haya sido una vez dada a los santos.
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