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Lc 6.37-39 “No juzguéis, y no seréis juzgados: no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis perdonados.
38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno: porque con la misma medida que midiereis, os será vuelto á medir.
39 Y les decía una parábola: ¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?”
Las Sagradas Escrituras nos prohiben tomar el papel de Dios y juzgar el corazón del ser humano. En las palabras de nuestro Señor encontramos claves de cómo crear relaciones sanas y sobre todo evitar el dolor y la condenación que produce un corazón que enjuicia y critica a los demás.
El contexto de Lc 6.37-41 es un mandato divino de no juzgar a los demás, mandato que algunos creyentes rompen diariamente sin el más mínimo dolor de agraviar al Espíritu Santo, pero con la segura consecuencia del juicio: el sentirse condenado, juzgado por los demás.
¿Si no puedo juzgar significa que debo arriesgarme otra vez sabiendo lo que puede hacer la otra persona? Aprendamos aquí sabiduría.
El Señor comienza diciéndonos que no juzguemos, pero termina diciéndonos que debemos conocer a las personas por su fruto. El fruto es lo visible de un árbol, o sea, lo que hace la persona, por el contrario al juzgar uno supone conocer el motivo de por qué está haciendo lo que hace y llega a un veredicto moral.
La Biblia también enseña que lo único que podemos esperar de alguien es lo que han hecho repetidamente, lo que sea que siembre, eso mismo es lo que puedo esperar que recoja (Ga 6.7). ¿Qué campesino siembra maíz esperando recoger yuca? ¿O qué obrero cierra un contrato de 5000 y espera recibir 1000 al término?… Ninguno.
Por ejemplo alguien dice: “no me digas que soy un ladrón porque me estás juzgando”. Esto no es cierto. Si robas repetidamente, eres un ladrón. Si mientes repetidamente, eres un mentiroso. Si cometes inmoralidad sexual repetidamente eres un fornicario. Si tienes falta de perdón repetidamente eres un asesino en potencia porque “quien odia a su hermano es un homicida” 1 Jn 3.15.
Aquellos que se casan con personas que tienen un mal historial en las relaciones están despreciando la sabiduría. ¡Luego se sorprenden cuando la persona le es infiel! Tampoco nos debe sorprender que la persona que nos cuenta chismes sobre otros cuente chismes sobre nosotros también.
De ninguna manera estoy alentando a etiquetar a la gente sino más bien ser sabios y obedecer las Escrituras. No es sabio confiar en alguien en contra de lo que dice su historial. Debemos esperar lo mejor de ellos sin ignorar que probablemente repetirán su patrón. Podemos aceptarlos como hijos de Dios con problemas, pero no significa que debamos ignorar su fruto cuando el fruto lo tenemos en frente.
Queremos brindarle a la gente la oportunidad de crear nuevas experiencias con un historial nuevo sin apoyarlos a repetir sus mismos errores.
Abrir el corazón y ofrecerle confianza a alguien que no se ha ganado ninguna es una tontería, un desatino, un rechazo a la sabiduría.
¿Qué puedo hacer si reconozco que tengo un mal historial en un área de mi vida?
La persona con mal historial debe darse cuenta de que el primer paso de la recuperación es aceptar ser el responsable de su problema. Este es el primer paso en el camino del arrepentimiento.
Si no puedes ver ese pecado tal como Dios lo llama, probablemente nunca lo superes. Si buscas culpar a otros, te defiendes o quieres argumentar en cuanto a conceptos es que no estás listo para lidiar con tu problema y salir de él para siempre.
En realidad, no se trata de buscar quién es el culpable sino de encontrar quién es el responsable. Cuando uno encuentre que es responsable habrá encontrado al fin la persona que puede cambiar la situación y hacer algo acerca del asunto: uno mismo.
Si no te agradan la flores que ves en tu jardín deja de plantar las mismas semillas y comienza a sembrar otras.
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