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E hizo Noé conforme a todo lo que le mandó Jehová. Era Noé de seiscientos años cuando el diluvio de las aguas vino sobre la tierra. Gn 6.5,6.
Dios destruyó al mundo antiguo a través de un diluvio universal. Solamente un puñado de creyentes respondieron a la invitación de Dios creyendo para liberarse del juicio que vendría, pero poco a poco esta nueva oportunidad volvió a ser manchada por el pecado. Se podría pensar que empezar de cero resolvería el problema, pero el pecado y el ser humano están tan estrechamente entrelazados que destruir a uno es terminar con el otro.
Así que en vez de terminar completamente con el género humano, decidió intervenir profundamente en el problema del pecado y la solución divina fue un salvador cuyo trabajo redentor estaba únicamente en erradicar el pecado sin destruir a Su pueblo.
Comenzó con un pecador
Desafortunadamente en la antigüedad todas las civilizaciones existentes ya tenían sus propios dioses, sus propias leyes, supersticiones, cultura e ideología, por eso, en vez de iniciar con una nación de las que ya existía, Dios decidió crear su propio pueblo comenzando con un hombre: Abram.
El problema es que Abram no era cualquier hombre, sino que era un hombre viejo, pasado de los 70 años, con una esposa estéril, y sin embargo ahí fue donde Dios decidió comenzar a limpiar el problema del pecado. Jehová le dijo “vete de tu tierra y tu parentela, a la tierra que yo te mostraré” y luego, sin ninguna razón le hizo una promesa triple: Gn 12.2,3. “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”. Dios le hizo una invitación a confiar, así es como Dios comienza las cosas que no tienen fin.
Este hombre llevaba como nombre “Abram” que significaba “padre exaltado”, pero a sus 80 años no tenía ni siquiera un hijo, sin embargo tenía una promesa divina resonando en sus oídos “Haré de ti una nación grande”, Abram sentía que se le estaba acabando el tiempo y comenzó a preocuparse. En Gn 15.1 el Señor se le aparece y le dice: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Abram le responde algo así: yo quiero creerte pero no tengo mucha evidencia palpable. Dios no le regañó ni reprendió sino que le declaró diciendo “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia”. Gn 15.4,5.
El nuevo pacto
El Señor comenzó con un hombre de su preferencia cuya descendencia sería incontable y al pasar el tiempo se convertiría en una nación. De esta manera, el Señor establecía que cada miembro de la nueva nación sería un heredero del pacto que Él había establecido con sus ancestros, o sea, ellos serían hijos e hijas de un nuevo pacto. A través de esta nación que se formó a partir de un hombre, y por gracia, el Señor hablaría al mundo ofreciendo su bondad con salvación a todo el que en Él crea.
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