Oración por sanidad

Children´s Happiness

Ningún cristiano duda del poder de Dios para sanar. La cuestión no es de habilidad de parte de Dios sino de voluntad. Se resume en la frase: sé que puedes sanarme, pero ¿querrás hacerlo?
En realidad, esto es una demostración de incredulidad a Dios porque disimuladamente estamos diciendo: “yo sé que me sanarías si tan sólo quisieras.”
Estamos cuestionando su intención, dudando de si Dios quiere de verdad hacerle bien a sus hijos.
¿No le parece esto extraño?
La voluntad de Dios en cuanto a la sanidad está asociada con incertidumbre, cuartos llenos de enfermos, pérdidas, desamparos y funerales. Antes de excusarnos en la cruz, miremos bien la resurrección de los muertos. Jesús no vio la cruz como el final, anticipaba su resurrección y dijo: “Destruid este templo, y lo levantaré de nuevo en tres días.” (Jn 2.19).

La voluntad de Dios para algunos creyentes está siempre vestida de luto. Esta creencia los sumerge en una vida de fe débil, un gozo vacío, una larga lista de fracasos sin explicación.
La voluntad de Dios para algunos creyentes ni pasa por sus mentes hasta que alguna calamidad llega a sus vidas. Viven tomando decisiones independiente de la voluntad de Dios y cuando llega el dolor se preguntan cuál es la voluntad de Dios.
Cuando oramos, “Hágase tu voluntad”, ¿sabemos cuál es esa voluntad o es una resignación de ignorancia?

¿Desea Dios sanar a sus hijos?
Jesús le llama a la sanidad “el pan de los hijos”, él dijo: “no está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.” (Mt 15.26).
Es imposible pedir a Dios una bendición que no estamos seguros que ofrece. Nunca vamos a tener fe para recibir lo que no sabemos que Dios ya ha dado, provisto y asegurado.
El poder del Espíritu se manifiesta donde se conoce sin lugar a dudas la voluntad de Dios. Confiamos en aquel que conocemos.

Hay que hacer el tiempo para aprender cuál es la voluntad de Dios en cuanto a la sanidad. Pero como la mayoría no sabe, por eso dicen: “si es tu voluntad.” Esto mismo le ocurrió a un leproso, que vino a Jesús y le dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces extendiendo Jesús la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él” (Lc 5.12,13). El “quiero” del Señor canceló el “si quieres” del leproso.

La teología del leproso es casi universal. “Si quieres, puedes.”
El momento en que decimos “si quieres” en la oración por sanidad de los enfermos, estamos poniendo la responsabilidad sobre Dios. Estamos haciéndole responsable de la enfermedad, afirmando que podría curar al enfermo si tan sólo quisiera. Esto no es bíblico. La afirmación “hágase tu voluntad” no es una expresión de incredulidad, duda, o ignorancia de la voluntad de Dios sino una afirmación del carácter divino.

Después de la transfiguración, un padre trajo a su hijo endemoniado a Jesús y le dijo: “Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Mr 9.22,23).
El padre, por sus palabras, “si puedes”, estaba poniendo la responsabilidad de sanar sobre los hombros del Señor; pero inmediatamente Jesús devolvió la responsabilidad al padre, diciendo: “¿Cómo que si puedes creer? Mas bien, al que cree todo le es posible.” (Mr 9.23).

La fe accede lo que existe pero es invisible temporalmente. Si dudamos de la bondad de Dios y la disponibilidad de recursos de Su Reino, mejor pasemos tiempo descubriendo a través de las Escrituras cuál es la voluntad de Dios antes de orar.
Si creemos, por ejemplo, que la enfermedad es una disciplina, entonces uno debiera orar primero por madurez, antes de orar por la sanidad.
Si no sabemos la naturaleza de una enfermedad, deberíamos orar por entendimiento de la raíz que la sustenta.
Si uno siente que la enfermedad es una prueba temporal debería orar por gracia para soportar la aflicción y estar firme hasta que haya pasado. Sin embargo, no deberíamos orar “si quieres” y asumir que Dios va a cumplir una promesa de la cual no estamos ni siquiera seguros.

“Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que es recompensador de los que le buscan.” Heb 11.6

Los obstáculos para la sanidad nunca están en Dios. A Dios no hay que convencerlo para que le haga bien a sus hijos. A Él hay que amarlo y a nosotros convencernos de que Dios es Padre bueno, y que su voluntad es buena, agradable y perfecta (Rom 12.2). Le invito a una búsqueda profunda de las maneras, medios, y modos en que impartimos sanidad a los enfermos mediante el poder de Dios que opera adentro de nosotros (Ef 3.20).


Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.