Quisiera compartir con los que estudian las Sagradas Escrituras que hay una tendencia a hacer ciertas partes de la Biblia más importantes o de más valor doctrinal que otras. Por ejemplo, se usa el libro de Salmos para un enfoque emocional de toda la Biblia, Apocalipsis para alegorizar los demás libros, la carta a los Romanos como filtro por el cual se interpreta todo el NT o Hechos para dar testimonio de la experiencia de la iglesia primitiva como real por encima de las otras partes de las Escrituras. A esto se le llama “Canon dentro del Canon”. No recomiendo que se haga esto. Esta tendencia no da a la Biblia el valor que ella merece. Esta y otras similares requieren un nivel de subjetividad, de abstracción de la Escritura, de selección cuidadosa de las cosas que consideramos como autoritativas (εξουσιαστικa) o de peso para filtrar otras que se juzgan de menos peso.
Esas tendencias menosprecian unas partes y exaltan otras según convenga. Implican que nuestro trabajo es el de convertirnos en detectives para encontrar el tipo de libro correcto; o que cuando el Espíritu Santo inspiró estos escritos no hizo un buen trabajo. La mayoría de esos puntos de vista apuntan a que el lugar para encontrar la revelación y la autoridad de las Escrituras está en otra parte, sea en el pasado, en el futuro o en la experiencia cristiana actual. De esta manera, la Biblia se mantiene por debajo y la subjetividad del hombre por encima.
Si indagamos a la propia Escritura acerca de su autoridad nos deja ver claramente a Dios mismo. Ella atribuye su autoridad a Dios mismo. Lea y se dará cuenta.
Cuando vemos las Escrituras con la autoridad que ella reclama para sí, encontramos algo completamente diferente. Al hablar de “Autoridad de las Escrituras” queremos decir que Dios de alguna manera ha delegado su autoridad en ella.
Por otra parte, Dios no es un servicio de información celestial que las personas acceden para obtener las respuestas correctas a interrogantes profundas. Tampoco es una agencia de boletos para obtener pasabordos morales y doctrinales para ir al cielo. Esto no es lo que vemos en la manifestación de Dios a través de Cristo Jesús.
La autoridad de Dios no es poder para controlar la gente para que se comporten debidamente, tampoco es autoridad para distribuir información fidedigna para que los legalistas tengan trabajo que hacer. Esto se ajusta más al concepto de autoridad que tiene el mundo.
La autoridad en el reino de Dios es simplemente poder divino para hacer servicio en nombre de Dios, Marcos 10.35-45.
La iglesia ha de entender que la verdadera autoridad es la de hablar y actuar en nombre de Dios dentro del mundo.
Autoridad divina = Servicio divino.
“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mt 25.37-40.
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